3.20.2006

entre mi oscuridad y la luz

Tú eres la conexión entre mi oscuridad y la luz. Tú eres ese ser que me saca del abismo. De ese abismo profundo y frío en el cual me he sumergido. Tiemblo… siento en mi piel el viento frío y cruel, ese frío que me parte los huesos y me hace sentir que mi corazón por el cual brotaban cientos de gotas de sangre roja ha mutado a una palidez tal que me convierte en un muerto viviente… un zombi, con la piel azulada y maltratada, con la cara resquebrajada con los ojos con la mirada perdida sin reconocer las escenas que en esos momentos perciben las neuronas de mi cerebro. Escenas de mi vida en las cuales apareces tú transportándome a tu mundo de fantasías, a ese mundo en el cual viví por tanto y tanto tiempo hasta que la oscuridad entró en mi vida y perdí la conexión, esa conexión entre lo oscuro y lo luminoso, esa conexión con tu cuerpo amándote y estrujándote dentro de mis brazos, ahogándote con mi boca, y con mi lengua tocando cada espacio de tu garganta y tu paladar como si fueran lenguas de fuego queriéndote asfixiar. Camino por el túnel de la niebla espesa, del aire gélido, de árboles sin hojas, de lágrimas derramadas a través de los años andados, un camino sin flores, un camino lleno de sinsabores que no sé hacia dónde me conducirá. Pienso en ti y grito tu nombre, le pido a Dios encuentre tu mano para asirme a ella y rogarte que no me dejes escapar de nuevo, para que me lleves a tus fantasías, que me entregues la clave para poder regresar a tu mundo, que me entregues las llaves del cielo para volver a tocar tu cuerpo… y, sin embargo, mis cuerdas bucales se rompen como las cuerdas de un arpa vieja que ya no pueden dar un solo acorde. Y ya no puedo gritar, ya no puedo hablar, ni siquiera balbucear. Y alzo mis manos al cielo en espera de una respuesta y pidiendo el instrumento para mi liberación, comienzo a llorar mi sangre, la sangre que chocaba con tanta presión contra las paredes de mis venas y mis arterias y que con tal fuerza rompía mis capilares hasta hacerme desfallecer de dolor. Este dolor que me recuerda que aún respiro, que aún estoy viva y que aún me queda un ápice de esperanza de volverte a ver. De pronto aparece una sombra… y con una voz estruendosa me comunica que ella es la respuesta a todas mis plegarias, que beba del cáliz de su copa si es que quiero sobrevivir, pregunto a la sombra su nombre y con una voz sublime y acordes celestiales me contesta: “soy lo que queda cuando lo demás se convierte en polvo”. ¡Dios! Entonces… ¿estoy muerta? Y la sombra de la oscuridad no me responde y desaparece tal como llegó, en completo silencio. Me decido a avanzar, voy tinieblas en ascenso, moribunda, con apenas sangre corriendo por mis venas alcanzando a oxigenar lo que queda de mi herético cerebro dañado por tanta oscuridad. Escucho mi corazón tratando se seguir palpitando, mis válvulas se contraen y se relajan con los pocos mililitros que quedan de sangre en mi cuerpo, mi mente se muere, comienzo a sudar, es un sudor frío que me paraliza por completo, vuelvo a clamar al cielo, vuelvo a pedir la luz, vuelvo a pedir la conexión entre la oscuridad y la luz, suplico con lo que me queda de vida, con mi último aliento, que Dios me ampare y me llene con su calor, derrita el hielo que cubre mi cuerpo azulado moribundo agonizante. Pero el cielo no se abre y tan sólo permanece la oscuridad. He perdido mi conexión, ¡no la pude encontrar! Lo siento Dios… lo siento en verdad. Mi última gota de sangre resbala por uno de mis ojos cayendo al suelo, congelándose en el trayecto por el fuerte frío negro y rompiéndose en mil pedazos, al tiempo en que un viento frío cae encima de mi cuerpo muerto, haciendo que éste caiga al suelo, y que al igual que la última lágrima, se rompa en mil pedazos. Los pedazos quedan esparcidos por el suelo donde sólo había una gruesa capa de hielo. La luz aparece con un aire templado en el cual vienen aves de color negro azulado que se posan en el hielo y comienzan a recoger cada uno de los pedazos que han quedado de mi ser. En el pico de las aves, mis pedazos son transportados hacia el cielo. Cada una de mis células moribundas, cada uno de mis pensamientos profundos, cada espacio de mi ser se encuentran en el pico de cada una de las aves. Su vuelo ha terminado, mis pedazos vuelven a desparramarse por el suelo, una mano los recoge uno a uno y apretándolos en sus manos, mi cuerpo comienza a formarse de nuevo y mis sentidos empiezan a despertar. Siento un aire que corre por mi cuerpo reconstruido, es el aliento divino, es la máxima autoridad, abro mis ojos y al ver a este ser excepcional, mis cuerdas bucales alcanzan a preguntar: “¿quién eres?” y en mi corazón escucho cánticos celestiales susurrando: “soy la respuesta a tus plegarias” y… de nuevo comienzo a respirar…
©Zyanya